“…Tuvo lugar, pues, la conquista de Melilla, el 17 de septiembre de 1497, hecho del que recibieron gran satisfacción don Fernando y doña Isabel, que pasaban en aquellos días por el amargo trance de haber perdido al heredero de su Reino, el malogrado Príncipe don Juan, que murió de amor, y que duerme su sueño eterno, en el bellísimo sepulcro del Convento de Santo Tomás, de Ávila.
Celebraron tanto los Reyes el éxito de la Empresa de Estopiñan, que en carta que enviaron al Duque con fecha 18 de octubre del citado año le decían: «que el placer que hobimos con la buena nueva que nos enviasteis, nos ha aprovechado, para templar en algo el dolor que tenemos, porque esperamos en Dios, que desto será mucho servido…»
La ubicación de la Ciudad Autónoma de Melilla, enclave milenario en el norte de África, concretamente en la parte noroeste del Magreb, zona conocida como el Rif, en la España africana, ha hecho que el destino la dotara del candor y la belleza típicamente mediterránea, destacando la suavidad de su clima y la calidad de sus playas de fina arena.
Sus orígenes fenicios, y su consideración de baluarte defensivo, la han blasonado con ese aire comercial y estratégico que se percibe cada vez más en el trasiego y actividades de su puerto. En ella no sólo hay legados fenicios sino también de romanos, vándalos bizantinos y árabes.
Melilla, ciudad española en África, enclave de belleza inédita, ventana por la que se asoman dos continentes, es un paraíso de contrastes, donde, por ejemplo, la ciudad vieja se opone, y convive armoniosamente, desde la lejanía del tiempo, con el conjunto arquitectónico modernista que sentencia su belleza definitiva.
El parque Hernández, proyectado por La Gándara en 1.913, que nos invita a un tranquilo paseo por este espacio que data de los primeros años del siglo XX y que sirve de perfecto contrapunto al bullicio comercial del ensanche.
La mayor parte de la población de Melilla es de nacionalidad española, aunque cuenta con una parte significativa que es de origen musulmán, y de otras razas y religiones. Esta mezcla étnica de sus habitantes se muestra en sus actividades cotidianas, con las particularidades del mestizaje cultural principalmente de sus cuatro grandes culturas (cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes), donde la convivencia la tolerancia y el mestizaje se plasma en la existencia de mezquitas, sinagogas e iglesias, con su costumbres y rica gastronomía que hacen de esta ciudad un enclave alegre, cultural, vivo y colorista.
El placer sosegado de deambular por sus calles, nos permite degustar la perfección de su trazado urbano, donde se refleja desde el encanto de las murallas centenarias hasta la explosión colorista de sus edificios modernistas.
La posterior conexión de distintos estilos arquitectónicos la embellecen y la dotan de una personalidad y de una belleza propia de las ciudades singulares, que están dotadas de unos valores tangibles, visibles por la percepción cautiva de sus visitantes que recrean sus miradas en este entorno urbano, principal centro modernista de África y el segundo de España después de Barcelona.
La Melilla del siglo XIX está ubicada frente a la Plaza de las Culturas, en pleno centro de la ciudad. Otros lugares emblemáticos de la ciudad se sitúan junto a la hermosa plaza de España, presidida por el palacio de la Asamblea, la construcción “art decó” de Nieto. Esta plaza es el centro neurálgico de la ciudad. Rodeando la plaza se encuentra el Casino Militar (con emblema republicano) y el Banco de España, dos edificios emblemáticos, desde ahí merece la pena visitar el denominado “triángulo de oro”, diseñado por Eusebio Redondo, siguiendo la traza del Ensanche Cerdá de Barcelona.
El Modernismo fue la gran corriente impulsora de la arquitectura melillense durante la primera mitad del siglo XX.
Traído a Melilla por Enrique Nieto, se asentó fuertemente en una ciudad que cayó rendida ante sus ornamentaciones floralistas. Melilla fue desde entonces promotora de un estilo que logró asentarse y progresar, revolucionando todo lo anteriormente construido en la ciudad. Plantas, flores, animales y rostros de mujer se adueñaron de las fachadas modernistas, en las que las gamas de colores marrones y cremas resaltaban los elementos decorativos.
Esta corriente arquitectónica se plasma en sus calles con edificios diferentes y singulares que la luz mediterránea ilumina para potenciar su belleza de este tesoro de la historia del arte español.
Llega a Melilla de la mano del arquitecto Enrique Nieto, un discípulo de Gaudí que a comienzos del siglo pasado escapó de la sombra del genio catalán para dar rienda suelta a su imaginación en las calles de esta ciudad norteafricana. Lo hizo durante años al servicio del Ayuntamiento de la ciudad levantando grandes homenajes a la arquitectura urbana que han dotado a Melilla de una identidad muy personal.
La influencia del Modernismo (sus casi 800 edificios modernistas), dan fe de la importancia de este estilo arquitectónico en esta ciudad de ensueño-, alcanza incluso a las distintas religiones de la ciudad.
Enrique Nieto fue el encargado de diseñar la principal sinagoga de Melilla, la Mezquita Central (de estilo neoárabe, construida por Enrique Nieto) y varios edificios para la Iglesia Católica; un claro ejemplo de la gran presencia de este estilo arquitectónico en los pilares de la sociedad melillense.
Nacía una nueva concepción de la ciudad, una peculiar manera de entender un urbanismo poblado de racionalidad militar pero influido por las corrientes modernistas llegadas desde Cataluña, que dibujaron las calles melillenses con construcciones muy variadas; edificios que aglutinados bajo la denominación genérica de modernismo representaban corrientes como el art-decó,(“donde imperan los detalles decorativos de formas geométricas. Líneas rectas y superpuestas”).
El clasicismo (“este estilo fue el que caracterizó la arquitectura que empezaba a construirse en Melilla a finales del siglo XIX y principios del XX. Diseños sencillos, líneas puras y ornamentación simétrica son la base de una corriente que nació en la ciudad para otorgarle academicismo y geometría”).
El eclecticismo. (“El gran autor de esta corriente fue Castañón. Esta corriente comienza a implantarse en la ciudad como revulsivo contra la rigidez impuesta por el clasicismo.”)
Melilla es presente y fututo, belleza y calidad turística, que hacen de esta puerta de España y de Europa en África, un eco de convivencia y de pluralidad.