JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS, POETA DE LA LUZ Y DE LA ESPERA.por Nicolás del Hierro

Recorriendo el amplio y largo curso de una centuria sobre la tierra, viviendo casi entero el siglo XX y los nueve primeros años del XXI, a falta sólo de unos días para completar cien años en su propio existir, los que separan el 29 de septiembre al 9 de octubre, dijo adiós a la vida el poeta José Antonio Muñoz Rojas.
El 29 de octubre de 1909 nació en Antequera (Malaga) un niño que alcanzaría su longevidad de hombre en la misma histórica ciudad, dejándola definitivamente el 29 de septiembre de 2009. Una centuria de existencia y más de las tres cuartas partes de la misma dedicado a la creación literaria, principalmente poética: 25 libros de versos; 12 en prosa y 2 obras de teatro.
Pero debe serle duro, durísimo, a cualquier escritor que lo sea, y José Antonio Muñoz Rojas lo era (y lo es en su obra), el tener que esperar a cumplir 89 años para que a uno le concedan el Premio Nacional de Poesía (Objetos perdidos, 1998); tener que haber cumplido casi los 93 para que “la obra de toda una vida” sea respalda oficialmente con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamricana (2002), y que hayan de transcurrir más de 19 lustros (marzo del 2007), para que los críticos y comentaristas, algunos intelectuales de su región, se decidan a galardonarlo con el Premio Andalucía de la Crítica por “El comendador”. Y lo que es peor, o a mí me lo parece, que la propia Junta de Comunidades de la Región Autónoma en la que naciera, con su Presidente y Consejeros en primera línea, espere a que el hombre cumpla la maravillosa edad de su centuria para declararle “Autor del Año” y proyectaran celebrar, el mismo día de su aniversario una exposición conmemorativa sobre el poeta. Si la obra de un autor merece tan importantes distinciones, y estamos seguros que la de Muñoz Rojas reúne todas las virtudes, ¿por qué esperar tanto tiempo a reconocérselas? Quién tiene pisado el freno de las posibilidades, porque no todo el nacido vive cien años para recibir en pie tales reconocimientos.
Qué lástima señores políticos (algunos); qué pena señores críticos e intelectuales “recocidos”; qué mala suerte, señores “poetas de difusión nacional”, que no hayan podido lucirse en tan dignos y meritorios actos en honor del poeta a quien hicieron esperar un siglo, cuando su poesía ya era digna desde “Versos de retorno”  (1928) y su obra se creciera desde sus cimientos y edificación en cada uno de sus libros.
Es trágico que nadie se ocupara de lanzar a los espacios con mayor difusión la obra de un poeta que lo estaba mereciendo. Tuvo, acaso, que aparecer en el rol de sus publicaciones una editorial comercial como Pre-Textos, para que esto sucediera, a partir de 1998 con el ya citado libro Objetos perdidos. Antes, muchísimo antes, “Abril del alma” (1943), y “Cantos a Rosa” (1954), ya habían aparecido en Ediciones Rialp, (Col. Adonais), a los que continuaron “Altos mayos” (1954), desde Caracola, malagueña colección popular, muy respetada desde la revista de su propio nombre, que dirigiera José Luis Estrada, y otra colección malagueña avalada por la Librería Anticuaria El Guadalorce, donde publicara, que sepamos, al menos tres de sus libros. Claro que, a pesar de ello, la hoy reconocida magna obra de José Antonio Muñoz Rojas continuaba prácticamente sonando en positivo; pero esto sí, sólo en los círculos poéticos y literarios donde nos conocemos casi todos y sabemos que algunos amortajan libros, en tanto que a otros se les ponen alas cuando únicamente le nacieron plumones.    
Antes como ahora, algo no va bien en este mundillo espiritual, llámese poesía española, en realidad parte del mundo de la cultura. Buen ejemplo es éste que podemos ver reflejado en el tratamiento para con la obra de Muñoz Rojas. Tres cuartos de siglo hubieron de transcurrir para que aumentaran las dimensiones de su reconocimiento, incluso sabiendo cómo al hombre le mordía su edad. Es entonces cuando al poeta se le abren puertas más amplias, cuando es verdaderamente elogiado. Antes hubo de esperar casi un siglo, larguísima etapa que sólo viven los altamente elegidos, para que las grandes cadenas de difusión se ocuparan del hombre y se hablara de su obra, y, lo que es peor, distinguirla y reconocerla por las entidades y parcelas especializadas. ¿A quién le interesan las bocas con mordaza, los labios en silencio o el oscurecimiento de las palabras? ¿A quiénes favorece un podium de flácidas maderas; a quiénes los falsos trampolines? Aquí no hay renta ni peculio directo para nadie. La poesía ofrece sólo un capital estético, cuyo acierto mayor sería (y es) mantenerlo en beneficio de la estética. Pero el ego es atributo de los débiles, y estos ramalean fácilmente.
José Antonio Muñoz Rojas, este “cantor de lo cotidiano”, como acertadamente lo han calificado algunos de los que le amaron siempre, no fue merecedor de los grandes silencios que adormecieron su obra. Lector de Literatura Española en la Universidad de Cambrige; solícito en el trajín de un Madrid con grandes movimientos culturales; pausado malagueño en su venerada Antequera; silencioso en los campos andaluces donde le gustaba apartarse para buscar y darle a la palabra la expresión de lo auténtico; hombre de larga paciencia para la espera de ver reconocida su labor creadora, nos dio la prosa poética en “Las cosas del campo” y acertó en llevar al verso la condición estética y social con el auténtico carácter de quien se sabe poeta y ama cuando y cuanto escribe:
A ti la siempre flor, la siempre viva
raíz, la siempre voz de mi desvelo;
            a ti la siempre luz, el siempre cielo,
abierto a dura piedra y verde oliva.
A ti la siempre sangre fugitiva
de cuanto en ti no halló razón y celo;
a ti mi siempre verso, el siempre vuelo
del torpe corazón y ala cautiva.
A ti mis pensamientos aguardando
antes de amanecer a que amanezca
para montar su guardia a memoria;
a ti mis dulces sueños entornando
puertas al alba porque no amanezca,
y se pierda en la luz tu tierna historia.  
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